Adolescencia: Una etapa de amor y límites
15.07.2013 23:30
Está rebelde, desafiante y cuestiona nuestro actuar. Pero después viene a abrazarnos y a preguntarnos si lo queremos. ¿Quién lo entiende?”.
Esta incertidumbre respecto de la conducta de los hijos adolescentes es generalizada entre los padres. Los jóvenes, en tanto, están sometidos a un huracán de emociones y viven una dualidad: anhelan ser independientes y, a la vez, sentir el respaldo de sus papás.
En el papel, la adolescencia es una etapa que transcurre entre los 10 y los 19 años, y que está marcada por intensos cambios en el plano físico, psicológico y social que transforman al niño en adulto. Sin embargo, este rango de edad es variable y depende de múltiples factores y también de los procesos culturales propios del lugar donde se vive. La doctora María Loreto Correa, pediatra de Red Salud UC y especialista en adolescencia, lo explica así: “Años atrás, justo después del colegio venía la etapa de reproducción. Ahora eso se ha ido desplazando, y en el intertanto ha surgido una fase de crecimiento personal y desarrollo profesional que ha ido extendiendo la adolescencia”.
Las transformaciones físicas o biológicas están dadas por el inicio de la pubertad, con la manifestación de los caracteres sexuales secundarios. El punto de inicio para la niña es la telarquia o aparición del botón mamario, que puede ocurrir entre los ocho y los 13 años. Para el niño, en tanto, está dado por el comienzo del crecimiento testicular, entre los nueve y los 14 años. Junto con estos cambios, se producen otros, como la aparición del vello púbico y axilar, además de la menarquia (primera menstruación) y la espermarquia (primera eyaculación), que son procesos que reflejan la adquisición de la capacidad reproductiva.
Pero la pubertad es apenas uno de los aspectos que conforman la adolescencia. También ocurren cambios cognitivos –como el surgimiento del razonamiento hipotético-deductivo, que es la capacidad de establecer premisas, desarrollarlas y sacar conclusiones propias– y emocionales, tanto en la adolescencia temprana como en la media y en la tardía.
• En la adolescencia temprana (10 – 13 años), los adolescentes están centrados en sus cambios corporales y estéticos. Tienen mayor fragilidad emocional, a la vez que comienzan a distanciarse de sus padres y dan prioridad a su grupo de amigos (conformado por pares del mismo sexo).
• En la adolescencia media (13 – 16 años), los adolescentes tienen un alto nivel de egocentrismo que los hace sentirse invulnerables y exentos de riesgos. Suelen pensar que es el otro quien sufrirá consecuencias negativas por sus actos. “El otro se va a accidentar”, “la otra se va a embarazar”. Según la doctora Tamara Zubarew, pediatra de Red Salud UC y también especialista en adolescencia, esto se debe a que “el cerebro del adolescente madura desde atrás hacia adelante, siendo la corteza cerebral prefrontal –zona ejecutiva, encargada del control de impulsos, del manejo de las emociones y de la planeación de la conducta– la última en desarrollarse”. Comienzan a relacionarse con jóvenes del sexo opuesto e inician sus primeros pololeos. Desarrollan un marcado cuestionamiento hacia lo que conocen, se distancian emocionalmente de sus padres y emprenden su proceso de individuación.
• En la adolescencia tardía (16 – 19 años) baja la sensación de invulnerabilidad, dando paso a criterios más realistas. La importancia del grupo de pares disminuye, a la vez que adquieren mayor relevancia las relaciones de pareja. Los adolescentes definen sus propios valores y conforman su juicio particular respecto de las cosas, por lo que afianzan su identidad personal, sexual y vocacional.
Abrir las puertas de la adultez
En esta etapa, las principales preocupaciones de adolescentes y padres están asociadas a baja autoestima, aislamiento, escaso o nulo placer por la vida, consumo de alcohol o drogas, irritabilidad, culpabilidad o agresividad persistente, entre otras. La doctora Zubarew asegura que, de manera general, esto se debe a la sensación de falta de apoyo, soledad, dificultades con los padres y falta de cercanía afectiva con ellos. Por eso es indispensable la presencia física y emocional de los progenitores. Estos deben procurar, desde la niñez, cultivar una relación cercana y sana con sus hijos.
Se ha demostrado que cuando el vínculo entre padres e hijos es lo suficientemente fuerte, el adolescente presentará menor riesgo de consumo de drogas, de conductas violentas, iniciará más tarde su actividad sexual y tendrá menos trastornos emocionales. A juicio de la doctora Correa, “los padres son el factor protector más importante. No solo deben estar presentes y responder a las necesidades básicas del hijo, sino que también deben ser su soporte emocional”.
Las especialistas concuerdan en asegurar que el valor de escuchar es fundamental: padres que aprecian la confianza que depositan los hijos en ellos y adoptan una actitud de apertura y franqueza son capaces de mejorar el vínculo, convirtiéndolo en la más importante capa protectora frente a una situación de riesgo. “Las familias más propensas a tener un adolescente en riesgo son las permisivas (desvinculadas emocionalmente) y las autoritarias (centradas en los límites). Lo ideal es alcanzar un equilibrio”, afirma la doctora Correa.
Por ejemplo, cuando a causa de una conducta indebida es necesaria la aplicación de una sanción, los padres deben dejar en claro que el castigo se da a partir de un hecho puntual, no porque sí. “La idea es poder transmitirles que todo acto tiene su consecuencia, y que los retamos porque queremos que aprendan”.